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viernes, 10 de abril de 2009

II - Yago

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Descubrí en Yago a una persona maravillosa. Pese a sus pintas, su cresta, sus cadenas, llevaba dentro a un chico atento, educado, que al pasar te sujetaba la puerta (aún recuerdo el primer día, sorprendida me eché a reir y casi recibo un portazo en la nariz) y conseguía no parecer ridículo cuando me cogía la mano para besármela. En fin que era divertido, atento, cariñoso... sentí lástima por Eva, que nunca llegaría a disfrutar de su amor.

Y como vuelvo a decir, la experiencia es un grado, y junto a que la verdad, Eva era una chica muy mona, conseguí que Yago sintiera por mi lo mismo que yo sentía por él.

Bueno, un romance juvenil ya sabemos todos como es, así que para no aburriros seré breve. Así me quitaré cuanto antes la espina que llevo clavada en el alma.

Nos veíamos todos los días, ya que en el tiempo que pasábamos el uno sin el otro era como si nos faltara el aire. A diario yo iba a buscarle cuando salía de trabajar, y luego el me acompañaba a casa, ya que como he dicho Eva trabajaba de noche.  Los fines de semana pasábamos un rato con los amigos y luego nos ibamos sólos a pasear, siempre buscando la oscuridad, a tomar algo, alguna vez al cine...

lunes, 6 de abril de 2009

I - Eva

Finalmente seguí el rastro de los pensamientos de la chica y di el salto.

Cuando entro en un cuerpo, siempre me gusta quedar en un principio en segundo plano, así me hago a sus recuerdos y a su entorno, y no convertir a la persona en una extraña para sus conocidis, y poco a poco me voy colocando al frente. Así descubrí que Eva, que así se llamaba la chica, ese a su edad y su estética personal, no era tan "marginal" como yo pensaba, tenía su trabajo y quitando el clásico "escalón" generacional, no tenía demasiados problemas con su familia, es más, era una persona que se llevaba bastante bien con todo el mundo. Y lo más importante, había perdido la cabeza por un chico al que sólo conocía de vista, y oye, reconocí al instante que la muchacha no tenía mal gusto, habría que darla un empujoncito en ese aspecto, a fin de cuentas la experiencia es un grado.

Así que poco a poco fui haciendo que se fuera acercando a él, buscando amigos comunes, provocando encuentros casuales... y así poco a poco también fui pasando al frente, conociendo un poco más a Yago, y cometiendo el anunciado mayor error de mi vida: enamorarme de él.

(Continuará...)

domingo, 5 de abril de 2009

Introducción

Os voy a contar mi historia, bueno  no toda, porque sería muy larga, y es que puede decirse que al menos mientras siga intuyendo el peligro, soy inmortal. 

Veréis hace... dioses, hace mucho tiempo, dejémoslo en unos siglos, cayó en mis manos un escrito, en el que el autor describía los pasos para poder "saltar" de un cuerpo a otro, pasos que naturalmente no os voy a explicar, que la competencia es algo que nunca me ha gustado.

Lo probé ¡Y funcionó! Desde entonces he estado saltando de cuerpo en cuerpo, hasta el dia de hoy. La pena es que no dejo las personas que ocupo en demasiada buena condición, quedan más bien como cáscaras vacías, en estado vegetativo. Eso sí, no los dejo así como así, les tengo mucho respeto, y les dejo dignamente en su cama, como si durmieran. Tampoco sé si sufrirán, lo que sí sé es que si lo hacen no es durante demasiado tiempo, ya que como suelo rondar siempre cerca, puedo dar por seguro que mueren pronto, y siempre me entristezco, acabo cogiéndolos cariño.

Una vez cometí, quizá el que fuera el mayor error de mi vida. Me encapriché con el cuerpo de una niña de unos 16 años, una "antisistema" como los llaman ahora (por aquel entonces sólo era una punky, las cosas eran mucho más fáciles). Así que una noche me metí en la cama y busqué la mente de la chica. Salí del cuerpo de Ana (así se llamaba el cuerpo que habitaba entonces) despacito, casi de puntillas, y la dejé tranquila, como si durmiera. Me di una vuelta por la casa y lancé un beso mental a Juan, su marido. Me dio mucha pena, me caía muy bien y pasé muchos buenos ratos con él (en todos los sentidos), pero el pobre se quedaba solo, ya que no sé porqué, mientras ocupo un cuerpo éste no puede concebir. Lástima, me hubiera gustado ser madre alguna vez.

(Continuará...)

martes, 31 de marzo de 2009

Buenas


Hola gente. Sólo pasaba para deciros que en breve tendré otro nuevo relato colgado (creo) y otro que tengo en proceso...

También os dejo un enlace interesante, aunque creo que ya hay bastante gente que lo conocéis, es un directorio de blogs, que nos servirá para generar visitas, algo parecido a lo que hacemos nosotros pero "a lo grande" Conviene ingresar en la página y hacer visitas a los blogs que están alojados en él. Fácil de usar.

http://www.boosterblog.es 

miércoles, 18 de marzo de 2009

La Lola

Dejé el coche aparcado en la orilla de la carretera. El lugar había cambiado mucho en aquellos 20 años. El camino hacia la urbanización estaba asfaltado... y parecía que hacía menos cuesta, había más casas, y el descampado que había entre la urbanización y el pueblo era ahora un parque. Me senté en un banco que había justo donde hace 20 años estaba el viejo lavadero, y me puse a pensar en el verano que pasé en aquel pueblo. En cierto modo habían sido las mejores vacaciones de mi vida, aunque las pasara trabajando sin ver un duro a cambio. Fue un verano agridulce, el último de mi adolescencia, y el primero de mi vida como adulta. En aquel mes de agosto descubrí lo que era la aventura, lo que significaba la palabra amistad... y también descubrí que la vida no era tan bonita como a mi me parecía.

Pilar, mi mejor amiga, se fue ese año a vivir a Orusco, un pueblecito de Madrid. Su padre había montado allí una fábrica, y se la llevó a ella y a su hermano Marcos para que trabajaran allí. Como siempre habíamos estado juntas, mis padres accedieron a que pasara con ella el mes de agosto. Era la primera vez que pasaba tanto tiempo "sola", y aquello ya era algo emocionante por sí solo.

Siempre había envidiado a Pilar, por que tenía mucha más libertad que yo para todo, pero eso sólo sucedía por que su padre pasaba muy poco tiempo en casa. Pero en el pueblo las cosas eran distintas: después de salir de la fábrica, teníamos que volver a casa, preparar la cena, y quedarse ya recogidas en casita. Y claro, en un pueblo y en pleno mes de agosto, estaba claro que dos chicas de 15 años no estábamos dispuestas a llevar una vida monacal, así que para cuando yo llegué, Pilar ya tenía sus propios planes. El plan consistía en esperar todas las noches a que Javier, su padre, se durmiera; entonces saltábamos por la ventana (era una casita baja), y luego lo más difícil, saltar la tapia porque la puerta de la verja chirriaba. Aún no sé como no me rompí ningún hueso en una de aquellas aventuras nocturnas.

Entonces es cuando realmente empezaban nuestras vacaciones. Todas las noches hacíamos la misma ruta. Bajábamos por el camino que va de la urbanización al pueblo, parando antes en el viejo lavadero, que era donde dejábamos escondido el tabaco, y sentadas en la pila nos fumábamos un cigarro. Nos encantaba sentarnos allí y mirar el cielo, las estrellas la luna... la "Lola" como la llamábamos nosotras. Era un cielo que en Madrid, con su contaminación no podíamos ver, un auténtico espectáculo... nuestro momento mágico. Luego íbamos a la discoteca a encontrarnos con los amigos, y o bien nos quedábamos allí, o íbamos a la plaza, o nos íbamos todos juntos al río. Luego el camino de vuelta a casa, y nueva parada en el lavadero, para volver a esconder el tabaco, y para hacer acopio de valor para subir el camino otra vez, porque hacía una cuesta de mil demonios, y lo más importante, para despedirnos del cielo, las estrellas y nuestra amiga Lola hasta la noche siguiente.

Los fines de semana la rutina cambiaba, porque la madre de Pilar, que trabajaba en Madrid, los pasaba con nosotros. Entonces nos daban un poquito más de manga ancha. Podíamos salir después de cenar y volver sobre las 11. También variaba en que como salíamos "oficialmente" algún amigo nos subía en moto hasta la urbanización, sin peligro de despertar a nadie, así que teníamos que adelantar nuestro momento mágico, y bajar cuando aún no había anochecido.

Aquel era el sábado del último fin de semana de agosto. Yo me iba en el primer autobús del lunes, y nos queríamos despedir, así que esa noche subimos andando para poder hacer hacer nuestra parada en el lavadero.

- Isabel... ¿No puedes quedarte una semana más?

- No puedo, empiezo las clases el miércoles.

- Te voy a echar mucho de menos. Quiero que me escribas. Me escribirás ¿Verdad?

- Pues claro que te voy a escribir Pilar. Yo también te voy a echar de menos. Sabes que en Madrid no tenía más amiga que tú.

- Mira: todas las noches vendré aquí a saludar a la Lola. Haz tu lo mismo, y será como si la estuviéramos viendo aquí las dos juntas.

- Lo haré, aunque la tendré que buscar... no será tan fácil como aquí. Pero lo haré, te lo prometo.

- ¿De verdad?

- Que sí, de verdad. Y ahora vamos, que tenemos que subir "la calle del calvario".

Subimos la calle hacia la casa, y cuando ya estábamos llegando, nos encontramos con un grupo de amigos. Entre ellos estaba Antonio, un chico que como yo, estaba pasando las vacaciones en casa de Pedro, otro amigo, y que se iba el domingo por la mañana, y como íbamos bien de tiempo, nos paramos un ratito para despedirme de él. No habían pasado dos minutos, cuando apareció Marcos.

- Pilar, Isabel, que dice papá que en cinco minutos en casa.

- Bueno, espera que ya subimos contigo.

No sé cuanto tiempo pasó. Sólo sé que cuando Marcos llegó, me estaba fumando un cigarro, y que aún no lo había apagado cuando apareció Javier hecho una fiera.

- ¿No he dicho yo que fuerais para casa?

Acto seguido cogió a Pilar, y se la fue llevando, entre golpes, empujones y tirones de pelo. Marcos y yo subimos asustados detrás, y el resto de la pandilla quedaron sentados, sin saber qué hacer. Ya en casa, Javier continuó empujando a Pilar hasta la habitación. Estaba como loco, y no hacía más que gritar, y con cada grito otro golpe, otro empujón.

- ¿Te crees que es normal que estés a estas horas en la calle? Y encima con chicos ¡Eres una zorra!

- Javier - Intenté interceder - Por favor, Marcos acababa de llegar y ...

- Y tú niña, te quiero fuera de mi casa.

No me podía creer lo que estaba sucediendo. Ni como su madre se quedaba allí parada, callada y mirando. Mi rabia, mi impotencia y sobretodo mi orgullo, pudieron más que todo aquello.

- No hace falta que me eches Javier. No pienso quedarme ni un minuto más en esta casa, no te preocupes.

Así que guardé toda mi ropa y me fui a casa de Pedro, adelantaría un día mi vuelta a casa. Eso es algo de lo que me he arrepentido toda la vida, ya que como amiga, debería haberme quedado al lado de Pilar: fui tanto o más responsable de su intento de suicidio aquella noche que su propio padre.

A pesar de todo lo ocurrido, nuestra amistad, lejos de sufrir daño alguno, se hizo más sólida. Cumplimos nuestras promesas infantiles, nos escribíamos varias veces al mes, y todas las noches salíamos en busca de la Lola para saludarla, ella en el lavadero y yo en un banco del parque de al lado de mi casa.

Por carta, me fue informando de como era la rutina de la vida en un pueblo que en invierno se quedaba con menos de la mitad de habitantes que en verano, de la última paliza que le dio su padre, de la salud de la perrita que habíamos "adoptado" iba mejorando mucho, de que ella se había puesto enferma, porque su padre la había encerrado toda una noche en la fábrica, y no pudo dormir intentando entrar en calor, y de que pese a todo iba todos los días a trabajar, porque era la hija del jefe, y tenía que dar ejemplo...

Y así fue pasando el tiempo, hasta que la última carta me la trajo ella a casa. Me contó que hacía una semana, se levantaron, desayunaron y bajaron la fábrica, como todos los días, y allí se encontraron con las puertas cerradas, y a sus compañeros esperando en la calle. Aguardaron un par de horas, y volvieron todos para sus casas. La escena se repitió en los siguientes días, con la diferencia de que los compañeros, que hasta entonces también eran amigos, adoptaron el papel de trabajadores engañados, y aunque sabían la situación de Pilar y Marcos, a ellos les adjudicaron el de hijos del jefe, así que decidieron coger el dinero que había en la casa, y volver a Madrid, aunque después tuvieran que sufrir las consecuencias.

Javier nunca volvió. Llegaron el divorcio, las denuncias, los juicios, las deudas... pero él nunca apareció. Y la vida de Pilar, Marcos y su madre tomaron una normalidad relativa.

Nuestra amistad también cobró normalidad. En el tiempo que Pilar estuvo en el pueblo, yo había empezado a salir con un chico, y ella pensaba que nos estorbaba, por lo que nos veíamos menos de lo que hubiéramos querido. Más tarde ella también empezó a salir con alguien, y poco a poco nos fuimos distanciando. Llegó mi boda, a la que Pilar no asistió, según ella porque tenía que trabajar. Pasados dos años, me enteré por Marcos de que ella también se había casado, y que tenía una niña preciosa, y que se llamaba Isabel, como yo. Le di mi dirección, a ver si era posible, que volviéramos a mantener por lo menos una correspondencia. Pero las pocas noticias que tenía de ella, las recibía por boca de Marcos, o de su madre, las escasas veces que me los encontraba.

Hasta que recibí su carta anteayer, nunca sospeché que Pilar había terminado compartiendo su vida con un hombre como Javier. En aquella incoherente carta se despedía de mi, y me pedía disculpas por no haber podido presentarme a su hija. Me contaba que en todos estos años, no había dejado una noche de salir a saludar a la Lola, y me pedía que yo siguiera haciendo lo mismo, para poder seguir estando juntas, aunque sólo fuera imaginariamente.

Ayer recibí la llamada de Marcos, diciéndome que el funeral sería a las 10 de la mañana, que por favor, no dejara de asistir. Por fin conocí a Isabel, la pobrecita estaba agarrada de la mano de su padre, ignorante de todo lo que aún la quedaba por sufrir.

Y después del funeral decidí volver aquí para despedirme de ella. Pasé la tarde en el pueblo, intentando ver alguna cara que me resultara conocida, pero no encontré ninguna, el tiempo hace estragos en la gente. Ya había anochecido cuando terminé de enterrar las cartas debajo del banco donde hace veinte años estaba el lavadero.

Pilar, ¿Ves a la Lola? Luce enorme, radiante y redonda, colgada en medio del cielo negro y de los millones de estrellas que yo no puedo ver en Madrid.

martes, 17 de marzo de 2009

Los anillos

 Cuando Gabriela se fue a poner el anillo esa mañana, no estaba sobre la mesilla de noche. Estaba segura de haberlo dejado allí cuando se acostó la noche anterior, pero ahora no aparecía por ninguna parte. Dejó de buscarlo, a fin de cuentas no podía haber ido muy lejos, seguro que aparecería cuando menos lo esperara; además iba a llegar tarde a clase.

Tras sufrir los 20 minutos de agobios, sudores, empujones y magreos involuntarios del trayecto diario del metro, llegó al instituto por los pelos, y se dio cuenta de que Merche, la delegada, estaba pendiente de quien llegaba tarde. Pero por fin era viernes, así que a partir de las 14.30 empezaba el fin de semana, y la antipatía de Merche no podía con eso.

Aprovechó la hora del descanso para hablar con Lidya, iba siendo hora de hacer planes para el fin de semana.

 

- Entonces, ¿Quedamos a las 7? 

- Sí, a las 7 en Sol. Ya llamo yo a Elías y Marisa. ¿Te encargas tú de Ana y Gema? 

- Bien yo los llamo. 

- A propósito, estoy alucinada, anoche me quite el anillo que me regalo Alicia y ahora no aparece ni vivo ni muerto. . ¿Te lo puedes creer? Llevo toda la mañana buscándolo y no lo encuentro por ningún lado.

Gabriela se quedó helada. Alicia había sido compañera suya y de Lidya desde el colegio. Sus padres decidieron irse a vivir a Francia, y antes de irse, compraron tres anillos, con los tres nombres grabados, y se quedaron uno cada una, en recuerdo de aquella amistad.

- ¿Gabriela?

- ¿Me estas tomando el pelo? 

- Pues no, no te estoy tomando el pelo. ¿Porqué te iba a tomar el pelo? 

- Pues por que a mí me ha pasado lo mismo esta mañana: anoche dejé el anillo en la mesilla de noche, y esta mañana simplemente no aparecía por ningún lado. 

- ¿Qué casualidad, no?. Mira, esto va a ser una señal para que nos acordemos de ella, que últimamente la tenemos muy olvidada. – Sonó el timbre del comienzo de la clase - ¿Qué te parece si quedamos antes tu y yo y nos vamos al ciber para ver si hablamos con ella un ratito?

- Venga, luego quedamos. 

Las 14.30 llegaron volando. Lidya la estaba esperando en la esquina para quedar.

- ¿Te paso a buscar a tu casa a las 6?

- Si, a las 6 está bien.

- Pues hasta luego.

Gabriela tenía ganas, de llegar a casa para seguir buscando el anillo. Lo más seguro es que por la mañana, medio dormida, no lo hubiera visto. Se lo diría a su madre, que seguro que se lo había encontrado barriendo, y si no, era muy fácil que se hubiera caído en un cajón de la mesilla al abrirlo; tampoco había que buscarle tres pies al gato. Aunque la verdad es que no se podía quitar el tema de la cabeza, ya era casualidad que Lidya lo hubiera perdido de la misma manera.

Cuando llegó a casa, lo primero que hizo fue preguntar a su madre, pero ella tampoco lo había visto. En cambio la dio una carta de Alicia.

- ¿Una carta?

- Sí hija, una carta. La gente suele mandar cartas cuando se va a vivir lejos.

- Si mamá, en la prehistoria puede que la gente hiciese eso, pero ahora está el correo electrónico, que es mucho más rápido. Me parece rarísimo que le haya dado por escribir una carta.

- Pues sus razones tendrá la muchacha. Venga léela, a ver que te cuenta. A lo mejor viene para las vacaciones.

“Queridas Gabriela y Lidya: 

Os sorprenderá que os escriba por métodos “tradicionales”, pero es que me es imposible hacerlo de otra manera. Ahora mismo tengo prohibidas las salidas y el acceso a Internet, y mis padres me han quitado también el móvil, así que estoy prácticamente incomunicada, esto parece una cárcel. 

Como os estaréis preguntando el porqué de este encierro, os lo cuento, por que además quiero que me hagáis un favor. 

Estoy saliendo con un chico. Bueno, al menos antes de que me encerraran en mi casa, estaba saliendo con él. Se llama Julio, y parece que no les ha hecho ninguna gracia a mis padres. En fin, es un chico alto, moreno... guapísimo, ojalá algún día podáis conocerle. El caso es que a veces es un poco brusco, a veces muy celoso aunque me quiere muchísimo, y hemos tenido alguna que otra bronca, cosa normal entre novios, y alguna vez se le ha ido la mano, ¿Entendéis? Pero yo sé que en cuanto le pueda decir que estoy esperando un hijo suyo, sabrá que le quiero y que soy capaz de hacer cualquier cosa por estar con él, y no me volverá a poner la mano encima. Yo sé que él es muy bueno, y que son sólo arranques suyos, él me quiere y no tiene intención de hacerme daño. 

Bueno, ya os imaginareis la causa de que me hayan encerrado en casa. Cuando mis padres se han enterado de mi embarazo han puesto el grito en el cielo. Ya me habían prohibido salir con él, así que imaginaos como les cayo la noticia. No quieren que tenga el niño. Me quieren llevar a abortar, y luego lo más seguro es que me manden a España otra vez a casa de mis tíos, por lo menos una temporada. Pero yo quiero a Julio, y quiero tener este hijo, así que allá va el favor. Os mando una carta con la dirección de Julio para que se la enviéis vosotras. Estoy segura de que cuando sepa lo del niño se pondrá muy contento, y tengo planes para escaparme con él. 

No os preocupéis por mí ¿De acuerdo? En cuanto pueda, me pondré en contacto con vosotras, no me vais a perder de vista tan fácilmente. Y como Julio va todos los años a Marruecos a visitar a su familia, cuando pasemos por Madrid, os avisaré para que podamos vernos. 

Por favor, enviad la carta a Julio sois la única ayuda que puedo tener. Os quiero mucho y tengo muchísimas ganas de veros. 

Muchos besos: 

ALICIA” 

- Hay madre mía que lío

- ¿Qué le pasa?

- Nada mamá, nada

- Pues venga anda, que tienes la comida en la mesa y se te va a quedar fría.

Comió deprisa, y en vez de llamar a Ana y a Gema, como habían quedado, llamó a Elías y a Marisa para cancelar la cita; dadas las circunstancias, no estaba el tema como para fiestas. A Lidya se lo contaría después.

En la ducha no dejaba de darle vueltas al tema. ¿Qué iban a hacer? Aunque Alicia justificase al chico, estaba claro que la maltrataba, no hacía falta que dijera que la daba palizas, con una bofetada bastaba. No le parecía buena idea mandarle la carta al tal Julio. Por otro lado, llamar a Francia, y hablar con los padres de Alicia sería poner fin a su amistad para siempre, eso sí, por su bien. A lo mejor cuando se lo contara a Lidya encontraban la solución, por aquello de que cuatro ojos ven más que dos.

- Gaby, Lidya está aquí.

- Ya salgo mamá, me estoy peinando.

Cuando bajaban en el ascensor, Gabriela le dio la carta a Lidya. Vamos aquí al parque y la lees. Ya no hace falta ir al ciber.

- Mira que bien, parece que tiene telepatía esta chica, pero de todos modos habrá que ir para contestarla, ¿No?

- Tu lee primero la carta, y luego hablamos.

Se sentaron en un banco en el parque. Cuando Lidya terminó de leer la carta se echó a llorar.

- Joder Gaby que marrón. ¿Y ahora que hacemos?

- No lo sé. Llevo toda la tarde dándole vueltas. De momento lo de mandarle la carta a ese tío no me parece buena idea.

- No, debe de ser una joyita. Pero entonces qué.

- Lo peor es que no podemos hablar con ella. Ni tiene móvil ni tiene Internet. Y hablar con sus padres me parecería traicionar su confianza. No nos volvería a dirigir la palabra en toda la vida.

- ¿Tu madre qué ha dicho?

- No se lo he contado.

- Pues deberíamos decírselo. A lo mejor ella nos puede echar una manita.

- ¿Eso no sería igual que contárselo a sus padres?

- Es que no se me ocurre otra cosa.

- La verdad es que a mí tampoco. Vamos a decírselo.

Subieron otra vez a casa de Gabriela, parecía la mejor solución contárselo a su madre.

- A ver, ¿Qué se os ha olvidado cabezas locas?

- No se nos ha olvidado nada mamá, venimos a hablar contigo.

- Ay madre. ¿Ahora me toca asustarme? ¿Qué habéis hecho?

- Tranquila María, que nosotras no hemos hecho nada.

Gabriela le contó a su madre el problema de Alicia, y dilema en el que se veían metidas Lidya y ella.

- Me parece bien que no queráis mandarle la carta a ese chico. A parte del trato que tenga con ella, no es buena idea que Alicia se escape con él. Es muy joven, no puede lanzarse a la aventura de esa manera, embarazada y sin ningún recurso.

- ¿Y que hacemos entonces?

- Llamar a sus padres y contárselo.

- Mamá, no podemos hacer eso. Si hablamos con sus padres Alicia no va a querer ni mirarnos a la cara.

- Pues creo Gaby que es lo mejor para ella. Que lo hablen más despacio, a lo mejor deciden que tenga el niño y solucionan la cosa de otra manera.

- ¿Y si lo que hacen es mandarla a abortar, empaquetar sus cosas y mandarla aquí antes de lo previsto?

- Me parece que tendréis que arriesgaros. Puede que sea lo mejor, y que con el tiempo ella también se dé cuenta y os lo agradezca.

Las chicas se miraron, y Gabriela finalmente fue a buscar la agenda para llamar a los padres de Alicia. Cuando iba a marcar el número, parecía que daba sus últimos pasos hacia el patíbulo.

- Gaby, espera. – Su madre cogió el teléfono. – Yo llamaré. Siempre podemos decir que es cosa mía, que leí la carta de Alicia y decidí hablar con ellos. Así vosotras quedáis libres de culpa.

- Mamá, eres un sol. – Dijo Gabriela dándola un beso en la mejilla. – La mejor madre que existe.

- Ya encontraré la manera de que me devuelvas el favor, tu no te preocupes.

María marcó el teléfono y esperó contestación. Para Gabriela y Lidya pareció que pasaba una eternidad antes de que volviera a hablar.

- ¿Carmen? Hola, soy la madre de Gabriela... Si, verás, es que mi hija a recibido una carta de Alicia... Tranquila mujer... Si... Si, lo ponía en la carta, de eso quería hablarte... Venga, tranquila... ¿Cuándo ha sido?... ¿Pero cómo?... Si... Te comprendo mujer... Si, llamad por favor, ellas querrán ir a despedirse. – María colgó el teléfono y se quedó mirando a las chicas.

- ¿Qué ha pasado mamá?

- Chicas, lo siento mucho. – María no pudo contener las lágrimas, nunca pensó que tendría que dar una noticia así a su hija.

- Pues que la ha matado cielo.

- ¿Qué?

- Parece que Alicia encontró manera de irse de casa. La policía avisó a sus padres de que la habían encontrado medio desangrada en un parque. Parece que el chico le había pegado una paliza y perdió el niño. La llevaron al hospital, pero no pudieron hacer nada. Murió ayer.

Gabriela se levantó llorando y se fue corriendo a su habitación. María abrazó a Lidya.

- Tranquila cielo. Voy a preparar una tila, ¿Vale?

- No, no quiero nada.

- De todos modos la voy a preparar. Me parece que las tres necesitamos tranquilizarnos un poquito. Ya no podemos hacer nada.

La puerta de la habitación de Gabriela se abrió, y la chica se quedó parada en el umbral.

- Gaby hija, ¿Estás bien? – Gabriela no dijo nada. María fue hacia ella.- ¿Qué te pasa?

- Mirad lo que he encontrado encima de mi mesilla. – Entregó el sobre que tenía en la mano a su madre. María se tuvo que sentar cuando vio lo que había en él.

Dentro de sobre, había tres anillos enlazados. Cada uno de los anillos, tenía tres nombres grabados “Alicia, Gabriela y Lidya”. También había una nota:

"Muchas gracias por intentar ayudarme. Habéis sido las mejores amigas que he podido tener. Nunca me olvidaré de vosotras... nunca me olvidéis.. 

ALICIA"

sábado, 14 de marzo de 2009

Ella

Después del accidente, se fue a vivir un tiempo con su hermano. No se veía capaz de volver a casa sin ella. A pesar de que Mónica, la mujer de su hermano, le decía que podía quedarse durante todo el tiempo que quisiera, habían pasado ya dos meses y tenía decidido que ya era hora de volver y enfrentarse a la casa, con su soledad y sus recuerdos.

Al abrir la puerta y entrar en el piso, fue como si no hubiera sucedido nada. Tuvo incluso la sensación de que ella iba a salir a recibirle como solía hacer cada día. Pero eso ya no iba a suceder: ella nunca volvería a salir a darle un beso de bienvenida cuando volviera de trabajar, ni a preguntarle que tal le había ido el día; ni volvería a arrugar el gesto cuando llegara tarde a casa. No, ella no volvería a hacer todas esas cosas, que antes parecían nimiedades, y que ahora se habían vuelto vitales para él.

Recorrió la casa vacía: la cocina, donde ella se esforzaba por satisfacer sus gustos, aunque ni la gustaba ni se la daba bien cocinar. El cuarto de estar, tan lleno de ella, con sus fotos, sus adornos... aquellas figuritas que él había tachado de horteras ahora le miraban desde sus estanterías con aire triste, y eran ahora tan bellas... El cuarto de baño parecía que aún olía a sus cremas y perfumes. Y el dormitorio, claro, donde tantas veces se habían demostrado al inmenso amor que se tenían, donde ella, entre sudores y gemidos, le había susurrado que le amaba. La casa estaba tan vacía, y tan llena de ella...¿Podría vivir así?

Se sentó en la cama y abrió el joyero, donde su hermano, después del accidente había guardado su anillo de boda. Ella fue enterrada con su anillo puesto. Nunca se lo quitaba para nada, aunque él la reprendía por ello, avisándola de que lo perdería el día menos pensado... se equivocó. Se puso el anillo y se echó en la cama.

Cuando abrió los ojos estaba anocheciendo. Fue curioso, por que nunca había dormido siesta, sin embargo se había quedado dormido nada más poner la cabeza en la almohada. Se levantó con un enorme dolor de cabeza. Fue a la cocina a ver si había alguna lata de conservas para cenar: pedir comida a domicilio le recordaría demasiado a ella, y a tantas tardes de domingo en las que les gustaba disfrutar el uno del otro, a veces sin salir de la cama ni para cocinar.

En la cocina se encontró con un plato de carne guisada. Bueno, Mónica tenía las llaves del piso, seguramente se lo había llevado y no quiso despertarle. Y en el microondas una nota, ¿Era posible que fuera su letra?

"Cariño, estoy muy bien, pero te echo de menos. Te he preparado la carne como te gusta.. Espero que me haya salido bien.

Te amo

Inés"


viernes, 13 de marzo de 2009

El Tropiezo

regalos de navidad
trabajar desde casa

Como siempre, iba con prisas: iba a llegar tarde al trabajo (otra vez), e iba caminando deprisa, intentando que no se me cayera la bolsa con la compra, y hurgando en el bolso para ver sin encontraba las dichosas llaves del coche, cuando choqué con aquella mujer... a partir de ahí, todo se vuelve un poco borroso. 

Recuerdo que aquello fue un lío: al final se me cayeron las cuatro cosas que llevaba en la bolsa, pero esa mujer... ¡Dios! ¿Había comprado todo el supermercado? La acera estaba llena de paquetes, y menos mal, que casualmente no había un alma en la calle, si no hubiese sido catastrófico. 

Me puse a ayudar a la mujer a recoger sus cosas, y olvidando mis prisas por el trabajo, me ofrecí a llevarle la compra a su casa, que no debía estar muy lejos de allí, por que realmente no recuerdo haber andado mucho, aunque era una casa baja, que pensándolo ahora, no pegaba con el resto de las casas del barrio. 

Lo que sí recuerdo es que la casa olía raro, como a rancio, a cerrado..., y que pese a que en la calle hacía sol, y las cortinas y persianas de las ventanas de la casa estaban abiertas, las habitaciones permanecían prácticamente a oscuras. 

La mujer me invitó a sentarme y me preguntó si quería tomar un café o un té, y yo que ya ni pensaba en trabajo, ni en despido, le dije que sí. 

Y allí, tomando un té, empecé a hablar con esa mujer, como si la conociera de toda la vida, las palabras iban saliendo de mi boca, como si estuvieran tirando de ellas con un hilo, le conté que hacía ya tiempo que no tenía trato con mi familia, que vivía sola con un gato siamés que se llamaba Torpe, y que mi vida era un completo desastre. Entonces la señora se levantó, abrió un cajón del mueble de la sala, sacó un colgante, me lo puso en el cuello... y todo se esfumó. 

Sentí como cuando estás soñando que te caes, pero oía la voz de la mujer, aunque no entendía nada de lo que decía y veía imágenes borrosas a mi alrededor, que poco a poco se fueron aclarando: Veía a mi madre en la cama de un hospital, y a mi padre sentado al lado llorando..., luego me veía a mi misma, también en un hospital, con una cuna al lado, y luego mirándome en un espejo, ¿pero esa era yo realmente? tenía aspecto avejentado, un ojo morado y la nariz hinchada..., y en el espejo se veía reflejado también un hombre con un cinturón en la mano, dispuesto a golpear de nuevo... y el llanto de un niño... y luego todo negro, y voces de gente que se iban acercando más y más... 

Cuando abrí los ojos, estaba tirada en el suelo de la acera, junto a la entrada del supermercado, con mi compra desparramada en el suelo, y gente, unos que se acercaban a mirar, y otros que pasaban intentando no pisarme a mí ni a mi compra. 

- ¿Te encuentras bien? – me preguntó un hombre mientras me ayudaba a levantarme. 

- Sí, bien..., muchas gracias. 

Aturdida todavía, miré al hombre que tan amablemente me estaba ayudando, y un pánico enorme me invadió entera, al ver que era la misma cara que había visto en el espejo... ¿en qué espejo? Empecé a mirar a mi alrededor, a ver si veía a la mujer, pero no había rastro de ella. ¿Qué había pasado? 

Me di cuenta entonces que tenía un colgante en el cuello, y las llaves del coche en la mano. Cogí la compra, le volví a dar las gracias, y me fui deprisa... Tenía que llamar a mis padres.

jueves, 12 de marzo de 2009

Arián

Alicia no sabía lo que se iba a encontrar al llegar a casa, aunque algo temía, le hubiera gustado tener a alguien que la acompañara esa mañana y se quedara con ella. 

Sólo ver el reguero de suciedad que llevaba desde el portal hasta la puerta de su casa, la hizo tener una idea de lo que podía haber dentro. 

Al abrir la puerta, una mezcla de olores le golpeó en la cara... y al encender la luz, Alicia comprendió que nunca fue capaz de imaginar lo que su marido iba a ser capaz de hacer, para despedirse de la casa y de ella: todo el suelo estaba negro, y prefería no saber de que; había trozos de tarta hasta en el techo; la cocina parecía un campo de batalla... 

Fue directamente al cuarto de estar, ya que desde que no compartían lecho, Juan dormía en el sofá-cama que había en esa habitación, pero en vez de encontrar a Juan, encontró a dos chicos y una chica, que la miraron con poco interés cuando ella encendió la luz. 

Salió del cuarto de estar, sintiéndose estúpida, casi pidiendo disculpas, y se dirigió al salón. Allí había, por lo menos, otras diez personas más, durmiendo en el sofá, encima de la mesa, en el suelo... Por último se dirigió a su habitación, y allí encontró a su marido, durmiendo borracho, con Miriam, su nueva novia 

- ¡Juan!-, grito- Ya podéis iros levantando, tu y tu niña. Despierta a tus amigos y diles que se larguen.- Si en un cuarto de hora no se han ido todos, llamo a la policía. ¿Me has entendido? 

Sin mediar palabra, Juan se levantó, despertó a su chica, y ambos salieron a despertar a los demás. 

Alicia ya no podía más, se echó a llorar, y fue a refugiarse a la única habitación que pensó que habrían respetado, la de su hijo. Pero al entrar, también se encontró a una pareja en la cama, y eso la hizo perder los nervios definitivamente. 

- ¡Fuera! ¡Largaos de esta habitación y de esta casa! 

Los chicos, sobresaltados, cogieron la ropa y salieron precipitadamente de la habitación. 

La visión era desoladora: un preservativo usado colgando de la cabecera de la cama, papelinas vacías y restos de coca sobre la mesilla, la pantalla de la lamparilla manchada de Dios sabe que... y la foto de su hijo tirada en el suelo con el marco destrozado. Habían profanado la habitación de su hijo, habitación celosamente guardada y ordenada desde la muerte de éste, hacia apenas un año. 

Cuando se calmó un poco, Alicia volvió al salón. Ya se había ido todo el mundo, sólo quedaban Juan y su chica. 

- Bonito regalo de despedida me has hecho. Muchas gracias, - le dijo- No respetas nada, ¿verdad? No hay nada sagrado para ti. 

De repente, la colección de máscaras que tenían colgadas en la pared, empezaron a caer todas al suelo, como si se hubieran puesto de acuerdo; Todas menos una, Arian, la primera máscara que compraron, cuando ella estaba embarazada, para proteger y dar suerte al bebé, que voló un poco más lejos y fue a caer a los pies de Juan, que se le quedó mirando con sorpresa y una extraña expresión en la cara. 

Alicia se fijó entonces en la cara de Miriam, que estaba mirando algo a su espalda; la chica se había quedado pálida, y tironeaba nerviosa de la camisa de Juan. Este viendo que Miriam se tambaleaba la agarró pensando que iba a caerse, y entonces fue cuando vio lo que ella estaba viendo: todos los juguetes de su hijo estaban en la puerta de la habitación, colocados como en formación y mirando hacia ellos. 

Alicia se volvió para mirar, pero ahí no había nada... 

- ¿Pero qué coño os pasa? ¿Qué clase de mierda os habéis metido en el cuerpo esta noche?- les dijo al ver la palidez de sus caras y la expresión de sus ojos. 

- Vámonos- Miriam empezó a tirar de Juan- ¡Vámonos! 

- Si, eso vete. Pero no se te ocurra volver por aquí. Ya me darás una dirección para que te mande tus cosas. 

Miriam agarró a Juan, y a tirones y tropezones, salieron ambos de la casa. 

Alicia, llorando de nuevo, se agachó a recoger la máscara de Arian, y la volvió a colgar en su sitio. Luego volvió a la habitación de su hijo. 

Entonces comprendió que la cara de Juan y de Miriam, no se debía al efecto de las drogas, aunque no sabía que es lo que ellos habían visto; lo único que sabía es lo que ella estaba viendo con sus propios ojos: la cama del niño estaba pulcramente hecha, la lamparilla limpia, y en el centro de la habitación, estaba la foto del niño, con el marco intacto y rodeada de todos los juguetes. Luego empezaron a sonar unas voces y risas, como de niño, que se oían de lejos, pero venían del salón, y corrió hacia allí de nuevo. 

No había nadie, pero lo que vio no lo olvidaría jamás: las máscaras estaban colgadas de nuevo en la pared, y en el centro de todas Arian, la primera máscara, luciendo una sonrisa amable. No pudo salvar al niño de la enfermedad y la muerte, pero sí salvaría su memoria...