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domingo, 5 de abril de 2009

Introducción

Os voy a contar mi historia, bueno  no toda, porque sería muy larga, y es que puede decirse que al menos mientras siga intuyendo el peligro, soy inmortal. 

Veréis hace... dioses, hace mucho tiempo, dejémoslo en unos siglos, cayó en mis manos un escrito, en el que el autor describía los pasos para poder "saltar" de un cuerpo a otro, pasos que naturalmente no os voy a explicar, que la competencia es algo que nunca me ha gustado.

Lo probé ¡Y funcionó! Desde entonces he estado saltando de cuerpo en cuerpo, hasta el dia de hoy. La pena es que no dejo las personas que ocupo en demasiada buena condición, quedan más bien como cáscaras vacías, en estado vegetativo. Eso sí, no los dejo así como así, les tengo mucho respeto, y les dejo dignamente en su cama, como si durmieran. Tampoco sé si sufrirán, lo que sí sé es que si lo hacen no es durante demasiado tiempo, ya que como suelo rondar siempre cerca, puedo dar por seguro que mueren pronto, y siempre me entristezco, acabo cogiéndolos cariño.

Una vez cometí, quizá el que fuera el mayor error de mi vida. Me encapriché con el cuerpo de una niña de unos 16 años, una "antisistema" como los llaman ahora (por aquel entonces sólo era una punky, las cosas eran mucho más fáciles). Así que una noche me metí en la cama y busqué la mente de la chica. Salí del cuerpo de Ana (así se llamaba el cuerpo que habitaba entonces) despacito, casi de puntillas, y la dejé tranquila, como si durmiera. Me di una vuelta por la casa y lancé un beso mental a Juan, su marido. Me dio mucha pena, me caía muy bien y pasé muchos buenos ratos con él (en todos los sentidos), pero el pobre se quedaba solo, ya que no sé porqué, mientras ocupo un cuerpo éste no puede concebir. Lástima, me hubiera gustado ser madre alguna vez.

(Continuará...)

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