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jueves, 12 de marzo de 2009

Arián

Alicia no sabía lo que se iba a encontrar al llegar a casa, aunque algo temía, le hubiera gustado tener a alguien que la acompañara esa mañana y se quedara con ella. 

Sólo ver el reguero de suciedad que llevaba desde el portal hasta la puerta de su casa, la hizo tener una idea de lo que podía haber dentro. 

Al abrir la puerta, una mezcla de olores le golpeó en la cara... y al encender la luz, Alicia comprendió que nunca fue capaz de imaginar lo que su marido iba a ser capaz de hacer, para despedirse de la casa y de ella: todo el suelo estaba negro, y prefería no saber de que; había trozos de tarta hasta en el techo; la cocina parecía un campo de batalla... 

Fue directamente al cuarto de estar, ya que desde que no compartían lecho, Juan dormía en el sofá-cama que había en esa habitación, pero en vez de encontrar a Juan, encontró a dos chicos y una chica, que la miraron con poco interés cuando ella encendió la luz. 

Salió del cuarto de estar, sintiéndose estúpida, casi pidiendo disculpas, y se dirigió al salón. Allí había, por lo menos, otras diez personas más, durmiendo en el sofá, encima de la mesa, en el suelo... Por último se dirigió a su habitación, y allí encontró a su marido, durmiendo borracho, con Miriam, su nueva novia 

- ¡Juan!-, grito- Ya podéis iros levantando, tu y tu niña. Despierta a tus amigos y diles que se larguen.- Si en un cuarto de hora no se han ido todos, llamo a la policía. ¿Me has entendido? 

Sin mediar palabra, Juan se levantó, despertó a su chica, y ambos salieron a despertar a los demás. 

Alicia ya no podía más, se echó a llorar, y fue a refugiarse a la única habitación que pensó que habrían respetado, la de su hijo. Pero al entrar, también se encontró a una pareja en la cama, y eso la hizo perder los nervios definitivamente. 

- ¡Fuera! ¡Largaos de esta habitación y de esta casa! 

Los chicos, sobresaltados, cogieron la ropa y salieron precipitadamente de la habitación. 

La visión era desoladora: un preservativo usado colgando de la cabecera de la cama, papelinas vacías y restos de coca sobre la mesilla, la pantalla de la lamparilla manchada de Dios sabe que... y la foto de su hijo tirada en el suelo con el marco destrozado. Habían profanado la habitación de su hijo, habitación celosamente guardada y ordenada desde la muerte de éste, hacia apenas un año. 

Cuando se calmó un poco, Alicia volvió al salón. Ya se había ido todo el mundo, sólo quedaban Juan y su chica. 

- Bonito regalo de despedida me has hecho. Muchas gracias, - le dijo- No respetas nada, ¿verdad? No hay nada sagrado para ti. 

De repente, la colección de máscaras que tenían colgadas en la pared, empezaron a caer todas al suelo, como si se hubieran puesto de acuerdo; Todas menos una, Arian, la primera máscara que compraron, cuando ella estaba embarazada, para proteger y dar suerte al bebé, que voló un poco más lejos y fue a caer a los pies de Juan, que se le quedó mirando con sorpresa y una extraña expresión en la cara. 

Alicia se fijó entonces en la cara de Miriam, que estaba mirando algo a su espalda; la chica se había quedado pálida, y tironeaba nerviosa de la camisa de Juan. Este viendo que Miriam se tambaleaba la agarró pensando que iba a caerse, y entonces fue cuando vio lo que ella estaba viendo: todos los juguetes de su hijo estaban en la puerta de la habitación, colocados como en formación y mirando hacia ellos. 

Alicia se volvió para mirar, pero ahí no había nada... 

- ¿Pero qué coño os pasa? ¿Qué clase de mierda os habéis metido en el cuerpo esta noche?- les dijo al ver la palidez de sus caras y la expresión de sus ojos. 

- Vámonos- Miriam empezó a tirar de Juan- ¡Vámonos! 

- Si, eso vete. Pero no se te ocurra volver por aquí. Ya me darás una dirección para que te mande tus cosas. 

Miriam agarró a Juan, y a tirones y tropezones, salieron ambos de la casa. 

Alicia, llorando de nuevo, se agachó a recoger la máscara de Arian, y la volvió a colgar en su sitio. Luego volvió a la habitación de su hijo. 

Entonces comprendió que la cara de Juan y de Miriam, no se debía al efecto de las drogas, aunque no sabía que es lo que ellos habían visto; lo único que sabía es lo que ella estaba viendo con sus propios ojos: la cama del niño estaba pulcramente hecha, la lamparilla limpia, y en el centro de la habitación, estaba la foto del niño, con el marco intacto y rodeada de todos los juguetes. Luego empezaron a sonar unas voces y risas, como de niño, que se oían de lejos, pero venían del salón, y corrió hacia allí de nuevo. 

No había nadie, pero lo que vio no lo olvidaría jamás: las máscaras estaban colgadas de nuevo en la pared, y en el centro de todas Arian, la primera máscara, luciendo una sonrisa amable. No pudo salvar al niño de la enfermedad y la muerte, pero sí salvaría su memoria...  

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